Digamos que el “audio inmersivo” es una forma de reproducir el sonido de tal manera que el oyente tenga la percepción de que el audio llega a sus oídos en todas direcciones y ejes, no solamente desde el frente (lo que sería un formato mono o estéreo) y desde alrededor (“surround”), es decir, desde cualquier punto de un plano circular que rodea imaginariamente a la persona que escucha, sino también en altura, arriba y tal vez abajo, desde cualquier punto virtual de una esfera en la que el oyente esté inmerso en su centro.
Hablamos de oyente, oídos, persona, pero, además de escuchar algo que se reproduce, también podemos hablar de captación, de un micrófono o sistema de micrófonos que capten la espacialidad tridimensional del sonido para luego ser reproducido con un sistema apropiado para un formato u otro. En captación y balance de audio hay un referente sonoro mundial que es Morten Lindberg, y del que la escucha de su música (en una forma similar a como la produce) justifica en sí la respuesta a la pregunta de este artículo y da una nueva perspectiva a la experiencia auditiva, vital y emocional de cualquier persona.
La forma en la que pasamos de la captación de ese sonido tridimensional a su reproducción, y los procesos que conlleva, es lo que tiene relación al formato de audio inmersivo sobre el que hacemos esa traducción de lo que ocurre en un momento dado en un lugar, o de lo que se crea virtualmente, y luego se reproduce. Producción vs reproducción.
Esos formatos pueden ser cualquier cosa: Ambisonics, Auro 3D, Sony 360 o por supuesto el más dominante y extendido Dolby Atmos, entre otros, en el año 2025; pero en un futuro podría ser cualquier otra nueva tecnología que aparezca.
Lo que van a permitir en mayor o menor medida estos formatos, es brindar a la persona que escucha la sensación de que el sonido llega de todas partes, rodeándola, que lo que se escucha es más amplio (espacialmente), que tiene mayor definición, y como consecuencia, que el proceso de audición que experimenta es más atractivo y placentero.
Una curiosa forma de percibir esa grandeza sonora es reproducir una lista de canciones que combine temas codificados por ejemplo en Dolby Atmos con otros en estéreo, especialmente si son temas conocidos, clásicos que forman parte de nuestra experiencia musical vital. Cuando se compara audio inmersivo con el estéreo, acompañante vital de nuestra memoria musical, este se vuelve como el sonido que sale de una radio mono a pilas, evocador pero pequeño y falto de definición.
Cada formato inmersivo tiene unas ciertas características respecto a cuántos elementos radiantes debe tener y dónde deben posicionarse en él espacio para producir correctamente, de acuerdo al formato elegido, el material de audio inmersivo que se quiere crear. La reproducción, debería ser equivalente. Si producimos música en Dolby Atmos usando un sistema de monitoreo 7.1.4 (siete monitores a la altura del oído rodeándonos, un canal LFE para efectos de graves, y cuatro monitores en altura sobre nuestras cabezas), para reproducir el material creado, la persona que escucha, debería estar centrada en un sistema de sonido similar.
Aquí es donde entra la pregunta contraria al título de este artículo: ¿por qué no usar audio inmersivo? Y las razones son tanto técnicas como económicas. Un sistema de audio inmersivo equivalente al utilizado para producir el contenido, es complejo, involucra probablemente alrededor de una docena de elementos que radien sonido, todos ellos con sus correspondientes cables, un sistema que decodifique el formato, y una fuente sonora codificada en el formato inmersivo. Esto, en casa, equivale, por poner un ejemplo, a una cuenta de una plataforma de streaming que contenga música en Dolby Atmos o Sony 360, un elemento que la decodifique y la reproduzca (un Smart TV, un teléfono compatible con el formato, un Apple TV, por ejemplo) y un procesador AV que reciba esa señal, la entienda y la envíe discretamente a al menos una docena de elementos radiantes. Desanima a cualquiera que no sea un experto en audio. Para mí por el contrario fue un reto y una excelente inversión ya que es tecnología que se devalúa muy poco con el paso del tiempo (a diferencia de por ejemplo, un vehículo, o un SmartPhone).
Pero, hay una buena y una mala noticia. La buena es que en realidad, solo se necesita la cuenta de la plataforma, un teléfono compatible con, por ejemplo Dolby Atmos, y unos auriculares conectados por Bluetooth a ese teléfono y que sean compatibles con ese formato de audio inmersivo. Muy probablemente cualquier persona que lea este artículo tiene ya todo eso. La mala, es que la experiencia sonora es incompleta (por razones psico acústicas que no son el propósito de este artículo), o al menos, no es una experiencia tan impresionante como lo sería reproduciendo con un sistema de monitoreo discreto similar al utilizado para producir el contenido.
Hay otros elementos que permiten reproducir cierta experiencia inmersiva, como las barras de sonido y ciertos elementos radiantes que se basan en reflejar el sonido hacia el techo. Pero no nos engañemos, el sonido que esos sistemas caseros pueden generar es tan bueno como el de un Ghetto Blaster de los 80 en Harlem (de hecho seguramente ese sonido fuese mejor).
Entonces, si es todo aparentemente complicado, ¿por qué audio inmersivo? Pues por varias razones. En lo práctico, porque ya está presente como tecnología en múltiples dispositivos sin que ni siquiera lo hayamos buscado (SmartTV, teléfonos inteligentes, auriculares, salas de cine, etc.). En lo personal, porque la experiencia de escuchar audio inmersivo es muy superior a la de escuchar en el robusto e inmortal estéreo.
En lo humano, porque en realidad, nuestro cerebro, escucha, con tan solo dos oídos, en audio inmersivo, desde que vemos la luz. Nuestro cerebro es el más potente decodificador que existe, nos permite identificar la posición del vehículo que podría atropellarnos en la calle o el león que podría atacarnos en la selva, pero también ubica espacialmente el trinar del pájaro que nos despierta en la mañana o el ruido del viento sobre las hojas en un bosque, y es capaz de procesar la espacialidad de un coro o un órgano tubular en una iglesia gótica.
Es la diferencia sonora entre estar liberados o estar atrapados. Y esto, es razón más que suficiente para justificar por qué sí merece la pena experimentar la tecnología de audio inmersivo que la industria ha sido capaz de implantar masivamente a lo largo de los tres últimos lustros.
Si aún no lo experimentaste en plenitud, y estás en Santiago (Chile), visita Omni, siéntelo y entiende por qué el audio inmersivo merece la pena. Y escucha el trabajo de Christopher Manhey o de Morten Lindberg, y no requerirás más respuestas a esa pregunta.
26 de mayo de 2025, desde algún punto en medio del Océano Atlántico.
Miguel Domínguez
Es responsable para Latinoamérica en Genelec, fabricante finlandés cuya sede está rodeada de lagos y bosques, inmersa en medio de la naturaleza, dedicándose a diseñar y fabricar los sistemas sonoros de reproducción más precisos de la industria del audio para deleite y confianza de productores musicales y audiovisuales y de oyentes conocedores que buscan la felicidad auditiva.